close

Introducción a unas novelas de Gabriel García Marquez

Doce Cuentos Pereginos-  Esta novela tiene doce historia.  Cada historia habla de los latinoamericanos que se quedan en Europa después de la guerra.  Podemos ver las pobreza y las ciudades o arquitecturas antiguas europeas en esta novela.

El General En Su Laberinto-  Esta novela es hablar del líder de la guerra de la independencia latinoamericana, Simón Bolívar.  En sus últimos 14 días de su vida, tiene un viaje que le hace recordar todas las cosas que han ocurrido en su vida, incluye sus ambiciones, amores...etc.  Al final, su vida termina en este viaje.

El Amor En Los Tiempos De Colera-  Es un libro que escribe con realismo.  Es decir los 30 años antes y después de la guerra de mil días latinoamericano.  Describe la historia y la situación de sociedad en años 60.  Trata del matrimonio entre la protagonista y su marido que duró a unos 50 años y también habla de varios amores.

La Aventura de Miguel Littin, Glandestino En Chile-  En 1973, hubo un golpe de estado en Chile, y empezó la militalismo durante 16 años.  En este periodo, por docenas de millanes de persona fueron matado, arrestado y desterrado.  El protagonista de esta novela también fue desterrado, pero después de 12 años, volvió a Chile para anotar la situación horrible de militalismo.

Cien Años de Soledad

Introducción:

La novela “Cien Años de Soledad” se publicó en 1967 y dentro de una semana vendieron ocho mil copias.  Esta novela le ganó muchos premios internacionales, y en 1982 ganó el premio Nobel.  La novela trata una historia que cubre cien años y seis generaciones de la familia Buendía y la fundación de la ciudad Macondo.  La historia de la estirpe, empezando con José Arcadio Buendía hasta la muerte del ultimo mienbro.

La obra también contiene un análisis politico social, y los conflitos de la vida, en la novela, García Márquez nos habla de la historia de su país, pero en realidad, se puede ocurrir en cualquier país o cualquier continente.

Árbol Genealógico de la familia Buendía

 

 

 

 

 

Resumen:

José Arcadio Buendía es un hombre bravo y fuerte y está casado con una prima suya, Úrsula Iguarán, quien después de un tiempo le da tres hijos, José Arcadio, Aureliano y la pequeña Amaranta. La casa de los Buendía estaba floreciendo, y Úrsula con las ganancias de un pequeño negocio de caramelos.

José Arcadio Buendía jugaba al alquimista, teniendo gran aprecio a un gitano sabio llamado Melquíades. Su hijo, José Arcadio, era fuerte y voluntarioso como él. Pilar Terneros, quien después de varios arrebatos clandestinos le dio un hijo, motivando que éste se lanzara a los brazos de una gitanita y se fuera con ella.

El hijo de Pilar Terneros fue recibido en casa de sus abuelos, quienes lo llamaron José Arcadio. Aureliano, tiempo después, se enamoró de Remedios. José Arcadio Buendía se aventuró a pedirla en matrimonio para su hijo pero la niña todavía no servía para los menesteres mujeriles y acordaron esperar.

Rebeca y Amaranta amaban a Pietro Crespi, técnico musical. Ante la negativa de Crespi, Amaranta anunció que impediría esa boda aunque tuviera que morir para hacerlo. Cuando murió Remedios se sintió culpable y tomó a su cargo a Aureliano José, el hijo que Aureliano había tenido con Pilar Terneros. Luego, Amaranta se hundía en un idilio con su sobrino Aureliano José.

En aquel entonces, volvió José Arcadio. Rebeca se casó con él sin importarle ya Pietro Crespi.

Meses después de estallar la guerra Buendía fue nombrado coronel, y bajo ese cargo promovió y perdió treinta y dos levantamientos. Al irse de Macondo dejó a Arcadio como jefe de plaza.

Santa Sofía de la Piedad se casó con Arcadio, tuvo una hija llamada Remedios y unos gemelos a quienes llamaron José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo.

Aureliano Segundo, después de haberse convertido en un estudioso de los viejos papeles de Melquíades había caído en los brazos de Petra Cotes, una viuda que vivía de hacer rifas, con ella había puesto un floreciente negocios de crianza de animales pero a quien había dejado por casarse con Fernanda del Carpio.

Fernanda tuvo un hijo a quien pusieron José Arcadio. Tras esto se había ido convirtiendo en dueña y señora de la casa Buendía, al grado que cuando tuvo una hija se opuso a que la llamaran Remedios y todos los demás le decía Meme. Y otra hija, a quien habían bautizado como Amaranta Úrsula.

Fue en la época en que el gobierno preparó el jubileo del Coronel Aureliano Buendía, al que éste no quiso asistir pero que trajo a Macondo a todos sus hijos, todos llevaban el nombre del padre, Aureliano y el apellido de la madre.

Antes de irse fueron a recibir la cruz de ceniza del padre Antonio Isabel, cruz que ya nunca pudieron quitarse.

Remedios la Bella era asediada por cuanto hombre la veía, uno que la veía bañarse mientras platicaba con ella murió al caer del techo. Este hecho creó alrededor de Remedios la creencia de que tenía una maldición.

Fue por el tiempo en que mataron a todos los hijos del coronel, a todos aquellos Aurelianos.

Meme tenía una extraña mariposa siguiéndola para todos lados. Estas mariposas procedían de Mauricio Babilonia, un amante. Fernanda entonces internó a Meme en un convento y unos meses después recibió a un nuevo Aureliano, nacido de los amores de esta con Babilonia.

José Arcadio Segundo, tío de Meme, había sido capataz en la industria bananera, puesto en el que había motivado más de una huelga y de un levantamiento, hasta que una tarde quedó como único sobreviviente de una matanza que nadie más que él conoció. Escapando de la muerte llegó a casa de los Buendía cuando empezó la lluvia y se refugió en el cuarto que había sido de Melquíades.

José Arcadio, que nunca había pisado siquiera el colegio de estudios teológicos, creyendo la sarta de mentiras sobre su fortuna que la madre le escribía.

Amaranta Úrsula se casó con un pelele de nombre Gastón, para encontrarse con Aureliano que poco más tarde se haría amante. Gastón se fue a explorar el mundo y sobrino y tía se dieron a la tarea de explorar sus cuerpos, tan bien, que pronto encontraron un vástago entre ellos, nació con un apéndice extraño, una cola de cochino, y lo llamaron Aureliano. La madre murió poco después. Aureliano recorrió el pueblo, sin reconocerlo y tratando de encontrar un punto que lo uniera a su pasado; cuando volvió, recordando al niño, encontró un pellejo hinchado que estaba siendo arrastrado por hormigas. Regresó al cuarto de Melquíades y logró interpretar todos los manuscritos, dándose cuenta que en ellos se narraba la suerte de su estirpe y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

 

 

Fragmento 1

Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Ursula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último liquidó el negocio y llevó a la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas.

En la escondida ranchería vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés. Por eso, cada vez que Ursula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó a Riohacha. Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la verguenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Ursula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase:No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar. Así que se casaron con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Ursula no la hubiera aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio. Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara dormida, Ursula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas, que se cerraba por delante con una gruesa hebilla de hierro. Así estuvieron varios meses. Durante el día, él pastoreaba sus gallos de pelea y ella bordaba en bastidor con su madre. Durante la noche, forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que Ursula seguía virgen un año después de casada, porque su marido era impotente. José Arcadio Buendía, fue el último que conoció el rumor.

l          Ya ves, Ursula, lo que anda diciendo la gente —le dijo a su mujer con mucha calma.

l          Déjalos que hablen —dijo ella—. Nosotros sabemos que no es cierto.

De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta el domingo trágico en que José Arcadio Buendía le ganó una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera pudiera oír lo que iba a decirle.

l          Te felicito —gritó—. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer.

José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. Vuelvo en seguida, dijo a todos. Y luego, a Prudencio Aguilar:

l          Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar.

Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta.Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, Jose Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: Quítate eso.Ursula no puso en duda la decisión de su marido. Tú serás responsable de lo que pase, murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra.

l          Si has de parir iguanas. Criaremos iguanas —dijo—. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya.

Era una buena noche de junio, fresca y con luna, y estuvieron despiertos y retozando en la cama hasta el amanecer, indiferentes al viento que pasaba por el dormitorio, cargado con el llanto de los parientes de Prudencio Aguilar.

El asunto fue clasificado como un duelo de honor, pero a ambos les quedó un malestar en la conciencia. Una noche en que no podía dormir, Ursula salió a tomar agua en el patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar con un tapón de esparto el hueco de su garganta. No le produjo miedo, sino lástima. Volvió al cuarto a contrarle a su esposo lo que había visto, pero él no le hiza caso. Los muertos no salen, dijo. Lo que pasa es que no podemos con el peso de la conciencia. Dos noches después, Ursula volvió a ver a Prudencio Aguilar en el baño, lavándose con el tapón de esparto la sangre cristalizada del cuello. Otra noche lo vio paseándose bajo la lluvia. José Arcadio Buendía, fastidiado por las alucinaciones de su mujer, salió al patio armado con la lanza. Allí estaba el muerto con su expresión triste.

l          Vete al carajo —le gritó José Arcadio Buendía—. Cuantas veces regreses volveré a matarte.

Prudencio Aguilar no se fue, ni José Arcadio Buendía se atrevió a arrojar la lanza. Desde entonces no pudo dormir bien. Lo atormentaba la inmensa desolación con que el muerto lo había mirado desde la lluvia, la honda nostalgia con que añoraba a los vivos, la ansieded con que registraba la casa buscando el agua para mojar su tapón de esparto. Debe estar sufriendo mucho, le decía a Ursula. Se ve que está muy solo.Ella estaba tan conmovida que la próxima vez que vio al muerto destapando las ollas de la hornilla compredió lo que buscaba, y desde entonces le puso tazones de agua por toda la casa. Una noche en que lo encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José Arcadio Buendía no pudo resistir más.

l          Está bien Prudencio —le dijo—. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás. Ahora vete tranguilo.

Fue así como emprendieron la travesía de la sierra.

Fragmento 2:

No lo encontró en la canastilla. Al primer impacto experimentó una deflagración de alegría, creyendo que Amaranta Úrsula había despertado de la muerte para ocuparse del niño. Pero el cadáver era un promontorio de piedras bajo la manta. Consciente de que al llegar había encontrado abierta la puerta del dormitorio, Aureliano atravesó el corredor saturado por los suspiros matinales del orégano, y se asomó al comedor, donde estaban los escombros del parto: la olla grande, las sábana ensangrentadas, los tiestos de ceniza, y el retorcido ombligo del niño en un pañal abierto sobre la mesa, junto a las tijeras y el sedal. La idea de que la comadrona había vuelto por el niño en el curso de la noche le proporcionó una pausa de sosiego para pensar. Se derrumbó en el mecedor, el mismo en que se sentó Rebeca en los tiempos originales de la casa para dictar lecciones de bordado, y en el que Amaranta jugaba damas chinas con el coronel Gerineldo Málquez, y en el que Amaranta Úrsula cosía la ropita del niño, y en aquel relámpago de lucidez tuvo conciencia de que era incapaz de resistir sobre su alma el peso abrumador de tanto pasado. Herido por las lanzas mortales de las nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero. Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco, que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín. Aureliano no pudo moverse. No porque lo hubiera paralizado el estupor, sino porque en aquel instante prodigioso se le revelaron las claves definitivas de Melquíades, y vio el epígrafe de los pergaminos perfectamente ordenado en el tiempo y el espacio de los hombres. El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.

EJEMPLO DEL INFORME DE “CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA”

http://www.salonhogar.com/

arrow
arrow
    全站熱搜

    luishsu 發表在 痞客邦 留言(0) 人氣()