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Laura Esquivel

Biografía

El 30 de septiembre de 1950 nació en la ciudad de México Laura Esquivel. Desde pequeña se sintió atraída【吸引】 por el mundo de la imaginación, de la fantasía. Ya desde entonces realizaba cuentos maravillosos que sin embargo no se atrevía a perpetuarlos【使永存】 con la escritura, porque aquellos mundos eran tan delicados 【易損的】que de apuntalarlos【支持】 con el cemento【水泥】 de las letras se desmoronarían. Sin embargo las fantasías fueron creciendo, perfeccionándose, y vieron su máxima concreción con la imagen en movimiento: el cine. El cine fue una forma de hacer verdad ese mundo maravilloso, y empezó a estudiar cine, le puso mucha atención a las técnicas narrativas del celuloide 【賽璐珞】que muy pronto estuvo trabajando al lado de quien en el futuro sería su marido: el actor Alfonso Arau. Cuando éste probó suerte como director ahí estaba Laura con una sonrisa y una perspicacia efectiva y su gran intuición de mujer.

Aún quedaban lejos los momentos de creación de sus famosas recetas de cocina. Como guionista
【電影編劇者】 se estrenó【首次上演】 en 1985 con Guido Guán y Tacos de oro, nominada por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de México para el Ariel. En esta época la situación cinematográfica en el país de los mayas era muy mala, hubo una baja terrible de presupuesto 【預算】para producciones independientes o apoyadas por el Estado y Laura se vio confinada a un pequeño retiro【退休金】. Estaba ya casada con Arau. Fue entonces cuando se atrevió a poner en papel algunas de sus historias.

La decisión
【決定】 nunca fue fácil, ni siquiera cuando años antes había coordinado y dirigido talleres 【作坊】de literatura infantil, lo más cercano【臨近的】 a todo esto fueron sus guiones para teatro, cine y televisión, pero nunca había hecho una historia en el amplio 【廣泛的】sentido de la palabra, con todos sus matices【色調】 narrativos y sus registros【記錄】 diegéticos y extradiegéticos. Pero había llegado el momento y comenzó con la escritura de Como agua para chocolate, con una estructura netamente cinematográfica y con la intención de que fuera sólo suya, sin el escrutinio【細查】 ni el tormento【刑罰】 de ningún editor de la inquisición【調查】, que finalmente la rechazara. Pero el experimento salió tan bien que en 1989 estuvo a la venta, publicada por Planeta, en todas las librerías del país. Desde el primer momento se presintió que un terremoto editorial estaba por ocurrir. Y los comentarios fueron favorables, la crítica fue más exigente【要求高的】, y en la polémica【論戰的】 de ponerle un nombre a lo light o a lo femenino dejaron que el agua y el chocolate corrieran por todas partes. Ella considera que existe en la historia algún vestigio【足印】 personal: una tía solterona que cuidó de su madre hasta la muerte. Todo lo demás es fantasía, incluso algunas recetas, de hecho todo buen comensal 【食客】mexicano sabe que a éstas les faltan ingredientes o les sobran algunos, si la mayoría de ellas se realizaran al pie de la letra, como lo indica el libro, habría desastres en la cocina y abatimiento【萎靡不振】 en los paladares【口味】. Por otra parte, todo buen lector sabe también que cualquier elemento en una obra literaria es literatura, parece real pero no lo es, entonces ¿por qué tanto lío por las recetas? No importa su veracidad【誠實】, finalmente no es un recetario【配方】 para pasteles.

Laura lo supo siempre, y se divirtió demasiado, pero su vida tomó rumbos
【方向】desconocidos【變了樣的】. A partir de la filmación【攝製電影】 de la película basada en su libro las ventas de su obra se dispararon【發射】, lo mismo las traducciones, y mientras los críticos continuaban su necia【無知的】 disertación 【論文】acerca de cómo nombrar, sin ofender【捐獻】, light a lo femenino o femenino a lo light, Laura Esquivel había vendido millones de copias en todo el mundo y el chocolate estaba siendo probado en una treintena de idiomas. Ella aseveró: “La crítica ni existe en México, sólo entabla discusiones dizque académicas, que más bien son pulsionales. Lo único que me importa es la opinión de la gente común y corriente que no tiene una relación perversa con la razón.”

Pues bien, la opinión de la gente común le hizo conocer que muchas veces también ellos se relacionan perversamente con la palabra, y rechazaron su segundo gran proyecto literario: La ley del amor, publicada en 1995, y anunciada como la primera novela multimedia. También fue la primera novela multimedia rechazada, pero ella no le dio importancia a este tropiezo y comentó sobre esto: “Yo no me pongo límites. Una de las críticas absurdas fue que integrar el CD y la imagen en mi libro era resultado de mi falta de confianza en el poder de la palabra. Y eso resulta absurdo, reflejo de ignorancia, porque nuestra forma antigua de transmitir la memoria de la tribu era a través de las imágenes. Esa era nuestra lectura.”

En 1998 editó Intimas suculencias y un año después Estrellita marinera. Su última novela llegó a las librerías en el 2001: Tan veloz como el deseo, bajo el sello de Plaza y Janés. Ella ha comentado: “ La novela la inspiró mi papá, que fue telegrafista, no es su vida, y el personaje de la madre tampoco tiene nada que ver con la mía. Lo que tomé de la realidad fue la enfermedad de mi papá. Él primero perdió la visión central y luego tuvo Parkinson y fue perdiendo poco a poco la habilidad para moverse y luego la de hablar”.

Hasta hoy, Laura Esquivel no ha repetido el éxito de su primera novela pero un día de éstos puede sorprendernos de nuevo con una deliciosa historia de amor. Actualmente vive largas temporadas en Nueva York, porque ahí sí puede escribir, que alternas con breves periodos en México, para visitar y ser visitada por sus amigos. Su mundo de sueños se hizo realidad, y todos los días, al despertar, lo disfruta plenamente.

Premios/distinciones

   1991 - El Ariel que otorga la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas
【電影技術】 al mejor guión por Como agua para chocolate.
   1992 - El “Silver Hugo” en el Chicago International Film Festival por el guión de Como agua para chocolate.
   1993 - El premio al mejor guión cinematográfico en el Huston International Film Festival por el guión de Como agua para chocolate.
   1993 - La Mujer del Año
   1994 - El ABBY (American Bestsellers Book of the Year.) que otorga la America Booksellers Asossiation of the U.S.A., siendo ésta la primera vez que se otorga el premio a un autor extranjero - El “Conde de los Andes”, al mejor escritor interesado en la gastronomía
【烹調法】que otorga la Academia Española de gastronomía y de la Cofradía 【會】de la Buena Mesa.
   1995 - El “Casita María” a los artistas latinos más destacados en los Estados Unidos de Norteamérica.

 

 

 

 

 

Laura EsquivelLa ley del amor

 

¿Cuándo mueren los muertos? Cuando uno los olvida. ¿Cuándo desaparece una ciudad? Cuando no existe más en la memoria de los que la habitaron. ¿Cuándo se deja de amar? Cuando uno empieza a amar nuevamente. De eso no hay duda.

Ésa fue la razón por la que Hernán Cortés decidió construir una nueva ciudad sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlán. El tiempo que le llevó tomar la medida fue el mismo que le lleva a una espada empuñada con firmeza atravesar la piel del pecho y llegar al centro del corazón: un segundo. Pero en tiempo de batalla, un segundo significa esquivar una espada o ser alcanzado por ella.

Durante la conquista de México sobrevivieron sólo aquellos que pudieron reaccionar al instante, los que tuvieron tal miedo a la muerte que pusieron todos sus reflejos, todos sus instintos, todos sus sentidos al servicio del temor. El miedo se convirtió en el centro de comando de sus actos. Instalado justo atrás del ombligo, recibía antes que el cerebro todas las sensaciones percibidas por medio del olfato, la vista, el tacto, el oído, el gusto. Ahí eran procesadas en milésimas de segundo y ya se enviaban al cerebro con una orden específica de acción. Todo el acto no iba más allá del segundo imprescindible para sobrevivir. Con la misma rapidez con que los cuerpos de los conquistadores aprendieron a reaccionar, fueron desarrollando nuevos sentidos. Podían presentir un ataque por la espalda, oler la sangre antes de que apareciera, escuchar una traición antes que nadie pronunciara la primera palabra y, sobre todo, podían ver el futuro como la mejor pitonisa. Por eso, el día en que Cortés vio a un indio tocando el caracol frente a los restos de una antigua pirámide, supo que no podía dejar la ciudad en ruinas. Habría sido como dejar un monumento a la grandeza de los aztecas. La añoranza invitaría tarde o temprano a los indios a intentar organizarse para recuperar su ciudad. No había tiempo que perder. Tenía que borrar de la memoria de los aztecas la gran Tenochtitlán. Tenía que construir una nueva ciudad antes de que fuera demasiado tarde. Con lo que no contó fue con que las piedras contienen una verdad más allá de lo que la vista alcanza a percibir. Poseen una energía propia, que no se ve, sólo se siente. Una energía que no se puede encerrar dentro de una casa o una iglesia. Ninguno de los nuevos sentidos que Cortés había adquirido estaba lo suficientemente afinado como para que pudiera percibirla. Era una energía demasiado sutil. Su presencia invisible le daba total libertad de acción y le permitía circular silenciosamente en lo alto de las pirámides sin que nadie se diera cuenta. Algunos conocieron sus efectos, pero no supieron a qué atribuirlos.

El caso más grave fue el de Rodrigo Díaz, valiente capitán de Cortés. Él nunca se imaginó las tremendas consecuencias que tendría su frecuente contacto con las piedras de las pirámides que él y sus compañeros derrumbaban. Es más, si alguien le hubiera advertido que esas piedras tenían el poder suficiente como para cambiarle la vida, nunca lo habría creído. Sus creencias nunca fueron más allá de lo que sus manos alcanzaban a tocar. Cuando le dijeron que había una pirámide sobre la que los indios acostumbraban celebrar ceremonias paganas a una supuesta diosa del amor, se rió. No creyó ni por un momento que pudiera existir tal diosa. Mucho menos que la pirámide sirviera para algo. Todos coincidieron con él y decidieron que ni siquiera valía la pena erigir una iglesia en su lugar. Sin pensarlo mucho, Cortés decidió darle a Rodrigo el terreno donde se encontraba dicha pirámide para que construyera sobre ella su casa.

Rodrigo estaba de lo más feliz. Se había hecho merecedor a ese terreno gracias a sus logros en el campo de batalla y a la fiereza con que había cortado brazos, narices, orejas y cráneos. De su propia mano habían muerto aproximadamente doscientos indios y el premio no se había hecho esperar: mil metros de tierra al lado de uno de los cuatro canales que atravesaban la ciudad, mismo que con el tiempo se convertiría en la calzada de Tacuba. La ambición de Rodrigo lo había hecho soñar con edificar su casa sobre un terreno más grande y de ser posible sobre los restos del templo mayor, pero se tuvo que conformar con ese humilde lote, pues en el otro pensaban edificar la Catedral. Además , para compensarlo de no estar dentro del círculo selecto de casas que los capitanes construyeron en el centro de la ciudad y que darían fe del nacimiento de la Nueva España , le dieron en encomienda cincuenta indios, entre los cuales iba Citlali.

Citlali era una indígena descendiente de una familia de nobles de Tenochtitlán. Desde niña había recibido una educación privilegiada y, por lo tanto, su andar, en lugar de reflejar sumisión, era orgulloso, altanero, incluso retador. El sandungueo de sus anchas caderas, cargaba el ambiente de sensualidad. Su meneo esparcía olas de aire por todos lados. El desplazamiento de energía era muy parecido al de las ondas que se generan en un lago apacible cuando de improviso cae una piedra en su superficie.

Rodrigo presintió la llegada de Citlali a cien metros de distancia. Por algo había sobrevivido a la conquista: por la poderosa capacidad que tenía de percibir movimientos fuera de lo normal. Suspendió su actividad y trató de ubicar el peligro. Desde lo alto donde se encontraba dominaba toda acción a su alrededor. De inmediato ubicó la columna de indios en camino a su terreno. Al frente de todos venía Citlali. Rodrigo enseguida supo que el movimiento que tanto lo alteraba provenía de sus caderas. Y se sintió completamente desarmado. No supo cómo enfrentar el desafío y cayó presa del conjuro de esas caderas. Todo eso pasaba mientras sus manos estaban concentradas en quitar la piedra que formaba la cúspide de la Pirámide del Amor. Antes de que lo lograra, dio tiempo a que la poderosa energía que emanaba de la pirámide empezara a circular por sus venas. Fue una descarga tremenda, fue un relámpago encandilante que lo deslumbró y le hizo ver a Citlali ya no como la simple india que era, sino como la misma Diosa del amor.

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